Dear Fellow Disciples, peace.
Jesus proposes again the theme of unity with the Father and with Him in love as the basic principle in the life of a disciple. To remain united with them in love is crucial for the disciples to bear good fruit. The proof that a disciple remains in them is that he or she strives to follow the Ten Commandments, to do what He commands.
The next necessary step in this journey of Christian discipleship is to love one another. Love is never an individual thing, it expands, goes out, reaches the beloved. In other words love is always in movement. It is not static.
We often hear a saying attributed to St. Augustine which says, "The love flowing from the Father towards the Son and from the Son towards the Father spirate the Holy Spirit". The Holy Spirit proceeds from the Father and the Son, but not in a generative sense; rather, in a spiration. “Spiration” comes from the Latin word for “spirit” or “breath.” Jesus “breathed on them, and said to them, “Receive the Holy Spirit…” (John 20:22). Scripture reveals the Holy Spirit as pertaining to “God’s love [that] has been poured into our hearts” in Romans 5:5, and as flowing out of and identified with the reciprocating love of the Father for the Son and the Son for the Father (John 15:26; Rev. 22:1-2). Thus, the Holy Spirit’s procession is not intellectual and generative, but has its origin in God’s will and in the ultimate act of the will, which is love.
As an infinite act of love between the Father and Son, this “act” is so perfect and infinite that “it” becomes (not in time, of course, but eternally) a “He” in the third person of the Blessed Trinity. This revelation of God’s love personified is the foundation from which Scripture could reveal to us that “God is love” (I John 4:8).
The disciple then is called to live in this movement of love and to remain attached, connected with the Most Holy Trinity, sacramentally, spiritually, devotionally and concretely as a testimony of God's love in the world. In this our joy I'll be complete, for Jesus will fulfill his promise to perfect our joy.
"Love explained everything to me." —St. John Paul II.
Queridos discípulos, paz.
Jesús propone nuevamente el tema de la unidad con el Padre y con Él en el amor como principio básico en la vida de un discípulo. Permanecer unidos a ellos en el amor es crucial para que los discípulos den buenos frutos. La prueba de que un discípulo permanece en ellos es que se esfuerza por seguir los Diez Mandamientos, por hacer lo que Él manda.
El siguiente paso necesario en este viaje del discipulado cristiano es amarnos unos a otros. El amor nunca es una cosa individual, se expande, sale, llega al amado. En otras palabras, el amor está siempre en movimiento. No es estático.
A menudo escuchamos un dicho atribuido a San Agustín que dice: "El amor que fluye del Padre al Hijo y del Hijo al Padre exhala el Espíritu Santo". El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, pero no en sentido generativo; más bien, en una inspiración. "Espiración" proviene de la palabra latina que significa "espíritu" o "aliento". Jesús “sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo…” (Juan 20:22). Las Escrituras revelan que el Espíritu Santo pertenece al “amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” en Romanos 5:5, y que fluye y se identifica con el amor recíproco del Padre por el Hijo y del Hijo por el Padre. (Juan 15:26; Apocalipsis 22:1-2). Así, la procesión del Espíritu Santo no es intelectual y generativa, sino que tiene su origen en la voluntad de Dios y en el acto último de la voluntad, que es el amor.
Como acto infinito de amor entre el Padre y el Hijo, este “acto” es tan perfecto e infinito que “él” se convierte (no en el tiempo, por supuesto, sino eternamente) en un “Él” en la tercera persona de la Santísima Trinidad. Esta revelación del amor de Dios personificado es el fundamento a partir del cual las Escrituras podrían revelarnos que “Dios es amor” (I Juan 4:8).
El discípulo está entonces llamado a vivir en este movimiento de amor y a permanecer unido, conectado con la Santísima Trinidad, sacramental, espiritual, devocional y concretamente como testimonio del amor de Dios en el mundo. En esto, nuestro gozo estará completo, porque Jesús cumplirá su promesa de perfeccionar nuestro gozo.
“El amor me lo explicó todo.” —St. Juan Pablo II.
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